Terremoto en Taiwán: ¿cómo es la pequeña isla sacudida por la naturaleza que no logra desprenderse de China?
Es un niño capaz. Tiene capacidades que le permiten destacarse entre los demás. Camina como todos, tiene la frente alta y sabe expresarse llamando la atención. Si alguien lo ve nadie pensaría que algo le falta; al contrario, podría despertar admiración. Si alguien habla de él se siente orgulloso y está siempre atento para confirmar los dichos. Entre todos los chicos nadie notará que él se siente un poco diferente. Nadie se dará cuenta de que a él le faltan fuerzas para ser y para soportar el día a día.
No puede llevar un cartelito que diga “soy huérfano” o, mejor dicho, “quiero que me reconozcan”. Taiwán es así. Como uno de esos niños que está esperando el reconocimiento del mundo. Es un país con su moneda. Tiene su bandera flameando en lo alto. Democráticos comicios les dan autoridad firme a los gobernantes.
Sin embargo Taiwán espera que lo reconozcan como país.
Las Naciones Unidas no están dispuestas a reconocerlo. El Consejo de Seguridad de la ONU está integrado desde 1944 por Francia, el Reino Unido, los Estados Unidos, la Unión Soviética y la República de China. Ese Consejo de Seguridad tiene el veto a cualquier resolución de la ONU. Alguna vez Taiwán y China eran la misma cosa. En 1949, con la llegada del comunismo de la mano de Mao Zedong, Chiang Kai-shek cruzó el estrecho de Taiwán y, con unos dos millones de seguidores que no aceptaban el comunismo de Mao, instaló su gobierno en una isla de 35.900 kilómetros cuadrados que ya estaba habitada por seis millones de personas. En esa superficie, con 12.000 km2 menos que los que tiene Tucumán, viven 23 millones de habitantes que miran a la China oriental con la ilusión de que se los respete y reconozca.
Éxitos y bloqueos
Desde los más pequeños ciudadanos hasta las autoridades gubernamentales sienten y asumen la condición de país. Por eso cuando se la quiere sintetizar en la palabra China, es común sentir la aclaración. Allá, del otro lado del estrecho, está China Continental o China Oriental. Y, de este lado, está Taiwán. Es parte del esfuerzo que hace cada ciudadano para que su país sea reconocido como tal.
“Hay lazos estrechos con varios países. Pero no siempre se ha podido avanzar porque han sido bloqueados por China Oriental ante los organismos internacionales. Sin embargo somos un modelo político democrático muy exitoso y nuestros talentos han mostrado éxitos que han sido bienvenidos en el mundo”. Así piensa el ministro Chui-Cheng Chiu, quien respondió las preguntas de LA GACETA y de otros periodistas de Latinoamérica.
En la sede del Consejo de Asuntos para China Oriental, el ministro se explaya y advierte que “desde 1979 las relaciones son más estables y desde 1987 se empezó a consolidar un intercambio entre ambos pueblos. Los familiares de ambos países han podido viajar a visitar a sus familiares y desde 1993 hay un contacto gubernamental estable”.
Es imposible que Taiwán se piense a sí mismo sin China. Está en la cabeza de todos. Su independencia depende de China. Es una atadura invisible para sus ansias de libertad. Por eso Chui-Cheng Chiu es cuidadoso con sus palabras: “Lo más importante es mantener la estabilidad y buscar la paz, por eso queremos sostener todo esto con vínculos sociales, culturales, políticos y económicos”.
Ahí está la clave de este país-niño que espera el reconocimiento. Mantiene los brazos abiertos al mundo a través de las más diferentes actividades de manera que aún cuando no le den el rótulo de país, tenga el trato y el respeto de una nación. El artículo 141 de la Constitución ordena “fomentar la cooperación internacional, promover la justicia internacional y asegurar la paz mundial”.
A paso firme
La esperanza o la ilusión del reconocimiento laten como un corazón fuerte que no está dispuesto a detenerse a medida que avance el tiempo. Taiwán está inmerso en un pragmatismo muy claro que Francisca Y. T. Chang, miembro de la Cancillería, define como “Diplomacia a paso firme”. Esto lleva implícito un trabajo diplomático decidido, estable, pero también prudente, para superar los desafíos y para expandir el país hacia afuera. Chang explica a la prensa extranjera que el objetivo firme es “defender los valores de democracia, libertad y colaborar con países de los mismos ideales en base a la reciprocidad y mutuo beneficio para contribuir a la comunidad global a fin de consolidar el estatus internacional del país”.
No son palabras tiradas al azar en una conferencia de prensa ante periodistas extraños que tal vez nunca vuelvan a ver. Se trata de una convicción de los taiwaneses que se defiende a rajatabla.
En la conversación con pobladores de diferentes generaciones, están los más viejos, a quienes la sabiduría de los años les hace confirmar que el camino recorrido no tendrá marcha atrás. Sus hijos son protagonistas hoy de la defensa de una democracia abierta al mundo. Tienen la convicción de que no debe permitirse ningún vacío en la cooperación internacional. Están seguros de que para que se reconozca los valores democráticos de Taiwán deben preocuparse por la paz y la estabilidad de Asia Oriental. Los más jóvenes cargan la rebeldía propia de la edad. Participan de un mundo más global con fronteras más abiertas; sin embargo, es la generación a la que apuestan los más grandes. Están seguros de que esos nietos terminarán gozando del reconocimiento negado.
Las conquistas
La República de China en Taiwán (Taiwán para todos nosotros) se siente aislada internacionalmente; sin embargo ha logrado convertirse en la vigésimo segunda economía del mundo. También se ha ubicado en el décimo cuarto lugar entre los países más competitivos. Es el décimo séptimo país exportador y el décimo octavo, en importación. Es la quinta nación en reserva de divisas y ha conseguido, con el transcurso de los años, 21 países aliados diplomáticamente.
Para llegar hasta esos lugares Taiwán sostiene una política de seducción constante; por eso el hospital, el parque industrial y la Estación de Agricultura trabajan a diario con su mirada puesta no sólo en la actividad interna sino también en el intercambio que se pueda hacer con el mundo exterior. Tal vez la prueba más cabal es la Radio Taiwán Internacional que transmite actualmente en 13 idiomas, incluido el español, obviamente. Dos argentinas y una española aparecen en los programas detrás del micrófono. A diferencia de lo que estamos acostumbrados, las distintas emisiones de la radio tienen como objetivo mostrar la cara de Taiwán y la mirada está puesta en el exterior y no en el país. El operativo seducción se ve en todas partes.
¿Hasta cuándo? ¿Alcanza la paciencia? ¿No es más fácil ceder y anexarse a la China Oriental o Continental? ¿Para qué? Las preguntas van y vienen en cada encuentro con los taiwaneses. La respuesta está en la sinuosa calle aquella por la cual fue creciendo la ciudad. “Los taiwaneses somos así como esa calle. Tenemos paciencia, dejamos que las cosas transcurran y nos acomodamos a lo que va ocurriendo”, explica Diego Lin, secretario de la Cancillería. Mientras su mano serpentea describiendo cómo se ha ido adaptando la vieja callecita Bopilao, sus ojos se agrandan con la ilusión. “Estamos seguros de que alguna vez, nuestros hijos o nietos van a conseguirlo”. Será entonces cuando Taiwán ya no necesitará que lo reconozcan.
Fuente: LA GACETA