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Dólares: se terminó el juego y el país espera ver la próxima mano

 Dólares: se terminó el juego y el país espera ver la próxima mano

Nuevas restricciones, presión sobre el dólar y el juego electoral estallado en todos los frentes. El menú de otra semana clave para la Argentina.

Cada uno de los pacientes espera el desenlace de su tratamiento sin saber muy bien si le toca la amputación de una pierna o una simple dosis de ibuprofeno. Lo único cierto es que las dudas, temores y rumores abruman a todos los que esperan. La dinámica del país nos llevó, una vez más, a tiempos donde todo era impredecible: mañana será otro día clave para la economía donde lo que manda es la incertidumbre.

El ministro de Economía, Sergio Massa, no habló en público el fin de semana, pero en privado se cuidó de enviar mensajes a amigos y empresarios desmintiendo que alguien piense en una devaluación inminente. Las medidas que se tomaron para bloquear el comercio exterior y cerrar el grifo de dólares siguen asustando a muchos y no ayudan en ese sentido.

Esa sensación de miedo, abonada por un aire de final de era que envuelve toda la realidad argentina, se cristalizó con la obvia decisión de Alberto Fernández de renunciar a una supuesta reelección y no tiene base solo en especulaciones sino en una realidad sólida y contundente: en materia económica parece haber llegado a su fin el juego de procastinación cambiaria, que tanto usó el kirchnerismo en este y mandatos anteriores, y la inflación le dijo basta a todas las estrambóticas lógicas que intentó mostrar el oficialismo como remedio.

La curva final del cansancio general de todos los actores de la economía, desde los trabajadores hasta el empresario que debe mantener con vida esos puestos de trabajo, estalló en febrero con la inflación de 6,6 %. Ese fue el momento en que el aire cambió definitivamente. El 7,7% de la suba de precios de marzo solo confirmó lo que se sabía: las promesas de Sergio Massa de lograr un horizonte de 3,5 % mensual que le permitiera al Frente de Todos llegar con chances a las elecciones se diluyeron; además, los dólares imprescindibles no aparecen.

En esos términos el país está paralizado. La decisión de exigir una autorización previa “para acceder al mercado de cambios para pagar servicios de intereses de deudas comerciales por importaciones de bienes y servicios y/o de préstamos financieros con el exterior”, es una muestra de eso. También lo es que el procedimiento para liquidar esas y otras operaciones comprendidas en el SIRASE sea reorganizado por completo. Es decir, pasarán algunos días para que se pueda volver a un régimen de mínima operatividad.

No hace falta explicar que todo se debe a la imposibilidad del Banco Central de financiar todos los pagos y cancelaciones que las empresas deben hacer por su giro normal al exterior y, sobre todo, los que el Estado debe realizar por la importación de energía.

El consenso general es que en estas condiciones no se pueden tomar decisiones de negocios. Sobre todo porque, además de no tener reglas en funcionamiento, el horizonte cambiario se vuelve a minuto a minuto más complicado. De ahí que el dólar blue a $442 del viernes pasado se vuelva casi una anécdota del miedo para operadores que están mirando con mucha más atención la presión sobre los dólares financieros con variantes reales que llegaron a cotizarse hasta $ 455.

El fin de semana apareció la confirmación de una alerta conocida: Gustavo Idígoras, presidente de la Cámara de la Industria Aceitera de la República Argentina y Centro Exportador de Cereales le bajó la expectativa a la liquidación del dólar soja aclarando que “viene muy demorada” por los precios y por el impacto de la sequía. Entre los fantasmas que alimentan el miedo a la falta total de dólares están la magra cosecha de 22 millones de toneladas y la baja en la calidad de los granos producto del desastre climático. Tampoco seduce el precio que ofrece el gobierno.

El escenario, entonces, es de expectativa a la aparición de novedades tanto económicas como políticas. El kirchnerismo más duro sigue abrazado a la suerte que Massa pueda conseguir para el gobierno. Lo hace, de todas formas, con el último informe del FMI sobre la Argentina arriba de la mesa de luz. En ese paper se habla de una alerta por posible shock inflacionario (arriba del actual, claro), un pedido para dejar de intervenir en el mercado del dólar, recorte a subsidios a la energía y metas de acumulación de reservas que pueden moderarse, pero que en algún momento habrá que atender. Es un menú más que lógico que deberá atender la oposición sin lugar a dudas.

El cristinismo más cerrado niega la realidad en público, pero en privado sabe que el ministro de Economía negocia casi todos los días un camino de alivio a las metas que se fijaron con el organismo para lograr que en junio, cuando se cierren candidaturas, y el 13 de agosto cuando se celebren las PASO, de Washington sigan llegando solo buenas noticias. Es la garantía a la que piensan morir abrazados.

El Fondo ayuda pero no sabemos claramente hasta cuándo. Massa negocia con la segunda de Kristalina GeorgievaGita Gopinath, y hasta ahora la regla es la flexibilidad del organismo. El problema es que el convencimiento sobre los pedidos que lleva la Argentina al Fondo es más político que técnico. Los números del país hace rato que no le cierran a nadie en Washington: solo prima la necesidad que tiene la administración Biden de frenar otra hecatombe financiera en América Latina .

Gopinath es india, nacida y criada en su niñez en Calcuta, la ciudad con la mayor concentración de pobres quizás en toda la tierra. Está claro que para la funcionaria, con ciudadanía estadounidense, es difícil comprender como un país que tiene el enorme potencial de generar riqueza como la Argentina se pasa hace décadas renegociando asistencias que serían propias de una hambruna africana más que de uno de los principales productores de alimentos, minerales y energía del mundo.

Para Gopinath miseria real es la que vio en su barrio de la infancia, no la que generó el populismo demagógico en el país después de décadas de irresponsabilidad. Esa visión volverá sobre la Argentina en algún momento y quizá no caiga antes de las elecciones sino directamente en la gestión opositora. Horacio Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich o Javier Milei lo saben bien. Es una constante de la historia argentina: al delirio distribucionista lo sucede siempre un tiempo de regreso a la realidad. Allí es donde se comenzará a jugar el verdadero partido y donde el estilo de cada opositor-candidato será esencial. El próximo gobierno deberá negociar y aprender a soportar presiones hasta límites que quizás todavía no conocimos en el país. 

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