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Por qué nos gusta sentir miedo: el atractivo psicológico del cine de terror

 Por qué nos gusta sentir miedo: el atractivo psicológico del cine de terror


Aunque Halloween parece la excusa perfecta para buscar sustos, lo cierto es que el gusto por el terror no depende de una fecha. El miedo es una emoción que muchos eligen vivir a voluntad, ya sea a través de películas, libros o juegos. Y lejos de ser irracional, tiene un fundamento psicológico: asustarnos puede resultar placentero cuando sabemos que estamos a salvo.

El terror como género cinematográfico tiene un largo recorrido. Desde Nosferatu (1922), considerado una obra clave en la historia del cine, la figura del monstruo, lo siniestro y lo desconocido ha servido como medio para explorar aquello que inquieta a la humanidad. Más allá de las criaturas o escenarios sobrenaturales, el terror trabaja con una emoción primaria, universal y profundamente humana.

Un mecanismo que se activa y se controla
Los especialistas comparan la experiencia de ver terror con subirse a una montaña rusa. El cuerpo reacciona como si estuviera ante un peligro real: aumenta la frecuencia cardíaca y se liberan hormonas asociadas al miedo. Pero, al mismo tiempo, el cerebro reconoce que estamos en un entorno seguro. Allí aparecen las endorfinas, que alivian la tensión y producen una sensación de alivio y euforia. Esa combinación es la que muchas personas encuentran irresistible.

Una forma de entrenamiento emocional
El director Wes Craven planteaba que las historias de terror funcionan como un entrenamiento psicológico. En la vida cotidiana enfrentamos miedos reales, inciertos y a veces incontrolables. En cambio, en una película, el miedo tiene límites y un principio y un final definidos. Esto permite que la persona reflexione, asimile la emoción y la procese sin desbordarse.

La búsqueda del punto justo
Investigaciones actuales, como las del Laboratorio de Miedo Recreativo de la Universidad de Aarhus, sostienen que las personas que disfrutan del terror aprenden a regular sus emociones. Buscan un “punto óptimo”, donde el susto es intenso pero manejable. Si la experiencia es demasiado leve, no emociona; si es demasiado fuerte, deja de ser placentera.

Los estudios también identifican tres estilos de aficionados:

  1. Buscadores de adrenalina: disfrutan el impacto inmediato del sobresalto.
  2. Buscadores de desafío: ven en el miedo una oportunidad para conocerse mejor.
  3. Exploradores emocionales: encuentran en el terror una vía para reflexionar y comprender sus propias sensaciones.

La clave está en la medida. El miedo, cuando es voluntario y controlado, no solo entretiene: ayuda a desarrollar herramientas emocionales para enfrentar situaciones reales. Por eso, más que una simple atracción por lo macabro, el terror puede ser una forma de exploración interna y crecimiento personal.

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