Robaron un bar de calle Laprida: los delincuentes pasaron horas en el local y se tomaron un whisky

En la quietud quebrada de la madrugada, cuando la ciudad apenas respiraba, la esquina de Laprida al 100 quedó marcada por otra lesión: un bar saqueado, una rutina de trabajo vulnerada y la sensación cansina de que la inseguridad vuelve a imponerse. El dueño, quien cerró su local cerca de las 2 y esperó la calma de la mañana, recibió a las 7 el llamado que confirmó el peor temor: habían entrado y se habían llevado buena parte de lo que había dentro.
La escena que encontró no admite eufemismos. La reja, levantada hasta la mitad, era la primera señal de la violación; adentro, el revuelo daba cuenta de una ocupación prolongada. Se sustrajeron un televisor, varias botellas de whisky y elementos de cocina; el propietario calcula pérdidas por alrededor de dos millones de pesos. Más inquietante aún fue su testimonio: los delincuentes «han estado muchas horas adentro, hasta se tomaron una botella de whisky».
No fue un robo rápido y fortuito, sino un raid con tiempo y desparpajo que expone fragilidades estructurales en la protección del comercio y en la respuesta preventiva. No se trató de un hecho aislado: el local contiguo también sufrió el paso de los mismos intrusos, lo que confirma un patrón de vulneración repetida sobre la cuadra.
Para el propietario, no es la primera vez que atraviesa una experiencia así; esa reiteración añade un sabor agrio de impotencia. Que quienes trabajan en la nocturnidad y la madrugada sean víctimas una y otra vez refleja, más allá del daño económico, un desgaste anímico y profesional que pocas medidas paliativas alcanzan a reparar. La policía actuó tras la denuncia: tomó huellas y solicitó las imágenes de las cámaras de seguridad de la zona. Son pasos necesarios, pero tardíos ante la evidencia de que los delincuentes pudieron permanecer