Un santiagueño mantuvo a su familia encerrada y aislada por diez años en un departamento
Desnutridos y con su voluntad doblegada. Les retenía sus DNI, les retaceaba la comida hasta en fechas como la Navidad. Así era la pesadilla que vivía la familia de un empleado público santiagueño que impuso su «tiranía» psicológica a lo largo de una década, hasta que este viernes la Justicia rescató a la esposa y sus dos hijos.
El escenario fue el primer piso de una casa en pleno centro de la ciudad de Fernández. A las 8.30, los investigadores golpearon a la puerta, llevando consigo una orden de allanamiento refrendada por la jueza de Control y Garantías de La Banda, Roxana Menini, a requerimiento de las fiscales, Alicia Falcione y Natalia Saavedra.
En la vivienda, residían desde hace seis años el «jefe de familia», su esposa y dos hijos: un hombre y una mujer de más de 30 años.
Los vecinos reaccionaron sorprendidos. La casa del horror tenía contiguos tres comercios; al frente una farmacia; en diagonal (a 30 metros) un paseo en la vieja línea ferroviaria y a la vuelta de la manzana, una iglesia.
Por el momento nadie se explica cómo pudo mantenerlos aislados del mundo en ese lugar, y antes, cuatro años en otro domicilio.
Dado a que pasaron una década alejados de la sociedad, sin trabajar, estudiar, ni salir a pasear o a tener amigos, un familiar se cansó de la falta de explicaciones convincentes e interpuso dos meses atrás una denuncia y así el empleado público saltó al radar policial.
El Departamento Trata de Personas y Delitos Conexos desplegó a sus hombres. Desandaron la historia y concluyeron que esposa e hijos vivían aislados y que el esposo y padre era el único que salía al exterior a trabajar y les proveía algo de comida, remedios, pero todo dependiendo de su propio criterio y ganas.
Literalmente, esposa e hijos contemplaban al mundo desde la retina del ahora detenido. Los investigadores y psicólogos consultados opinan que no estaban cautivos por la fuerza de cadenas o porque estuvieran maniatados. Pasaron 10 años de un encierro impuesto por la voluntad del padre que doblegó la del resto de la familia.
El viernes, ni bien ingresaron al departamento, los policías vieron sus cuerpos de llamativo bajo peso. «No, no, no», exclamaban al ver a los efectivos. Rápido, el sujeto fue notificado, detenido y después conducido a la comisaría local.
Entonces, la familia fue abordada por psicólogos, perfiladores, criminólogos y asistentes sociales. «No querían abrir la puerta, que los miremos o que los tocáramos… se escondían y se tapaban las caras», graficó uno de los policías.
Entre las 8 y casi las 17, los policías trabajaron en el primer piso en la contención de las tres personas. Trascendieron algunas de las expresiones utilizadas por el sujeto contra su familia. «Ustedes son feos; nadie los quiere; ¿para qué quieren salir? Nadie los necesita», eran sus comentarios.
Repetirlos hasta el hartazgo, diez años, terminó surtiendo efecto: su familia se atrincheró en un temor reverencial del cual ahora los psicólogos buscan sacarlos.
Pese a que el operativo generó perplejidad, las víctimas no asumían anoche su condición de tales. Es más, al cierre de la presente edición, su preocupación radicaba en la llamativa ausencia del individuo.
Por el momento todo el caso es motivo de investigación y la conducta del detenido, para el estudio de fiscales y peritos, entre ellos, los psicólogos y psiquiatras. ¿Por qué alguien tendría una conducta tan siniestra con sus familiares? Para algunos, ese accionar denota trastornos psicológicos o psiquiátricos, pero para otros, la otra alternativa es que el hombre lo hizo sin patología, porque sí.
En la historia del crimen la gama de casos similares es amplia. Existe por ejemplo lo que se denomina «Control obsesivo», donde una persona ejerce una conducta de excesivo intromisión sobre otra. «Abuso emocional o psicológico»: con tácticas para controlar y dominar. El aislamiento extremo puede ser también un síntoma de situaciones de abuso doméstico o secuestro.
La vivienda en que reside la familia se ubica en un primer piso. Abajo, funciona un local comercial. La presencia policial alteró ayer la rutina y los vecinos no escaparon a la tentación de indagar en el porqué.
«Estos pisos son nuevos. Nunca vimos a nadie más que al hombre», confió un empleado que todas las mañanas caminaba por la vereda, rumbo a su trabajo.
«Tal cual, él (por el detenido) se trasladaba a su trabajo y volvía con la mercadería para la comida. Los tenía penados de retirarse de la vivienda. Hasta les compraba los artículos privados de higiene femenina», precisó el funcionario.
Muy por debajo, sus familiares dejaron entrever que abundaban los silencios y nunca la familia rescatada participaba de una vida «normal».
Todo, cada uno de los capítulos, salieron a la luz. Las perfiladoras de la policía trabajaron hasta tarde. Ninguna deslizó diagnóstico alguno, pero una alta fuente describió a los tres damnificados. «El varón presenta problemas de salud; la hermana se asume fea, reducida casi a la nada; tiene miedo de salir a la calle y una desvalorización sostenida en años de machacar y machacar sobre sus aparentes defectos y una desvalorización capaz de reducirla a la nada».
En esa «tierra de infertilidad mental», los psicólogos procuran reconciliar a las tres almas y que se atrevan a cruzar el umbral de aquella cárcel de apariencia familiar.
La esposa e hija habrían formalizado sendas denuncias el mismo viernes a la tarde. Con tres presentaciones, la incipiente investigación sería potestad de «Violencia de Género e Intrafamiliar» y «Abuso y Delitos contra la Integridad Sexual», trascendió a última hora.
El hombre, su hermana y su madre recibieron contención. Desde este sábado, serán asistidos por psicólogos y profesionales, en procura de descartar cualquier conducta de abuso.
La labor de los funcionarios incluye un riguroso informe socioambiental, ya que el único que advirtió algo fuera de lo normal fue un pariente de las tres víctimas, más no vecino alguno.
Las víctimas confiaron que no tenían redes sociales, celulares, o documentos. El «verdugo» bajaba línea: «Para qué quieren esas cosas, si no las necesitan».
Por lógica decantación, sus hijos y esposa entendían que lo mejor era transcurrir su cotidianidad viendo tele, limpiando las habitaciones en un estado casi autómata, prescindiendo de aquellas vanidades propias de vivir en sociedad globalizada, pero un tanto adormecidos.
Como sea, desde el viernes el inmenso andamiaje legal acaba de intervenir e interrumpir la pesadilla que el sujeto detenido sembró en esas vidas.
Los psicólogos y perfiladores ya comenzaron con su trabo y confían en dar con repuestas. A la vez, los tres rescatados reciben ayuda de profesionales, en alerta y resueltos en zarandear la década negra. /El Liberal